lunes, 19 de marzo de 2012

Hace poco, escuché, que el día que sigue a las noches de fiesta no es un nuevo día, si no la continuación de ésta misma, con todos los recuerdos, sensaciones y personas, eso sí, en tu mente. La obsesión sobre el pasado, las relaciones y las conversaciones siguen presentes en muchas cabezas aún habiendo pasado largas horas, incluso días.

Se supone que intentamos ser espontáneos y vividores del momento, pero no puedo dejar de pensar que por mucho maquillaje que nos pongamos a uno mismo para sentirnos mejor, al final siempre retrocedemos a nuestra esencia, a esos fantasmas que te persiguen siempre.

A veces pensamos que cuando huimos, huimos de historias, de personas, de un estilo de vida… pero sabemos que todo ese “pack” no es más que nosotros mismos, por lo que… en realidad… ¿intentamos huir de nuestra persona, de nosotros?

Cuando consigues huir, aunque tengas que poner 3.000 Km. de por medio, llega un día que te das cuenta que al final, sea la ciudad que sea, vas a seguir asomándote al balcón y vas a escuchar los mismos cantos de pájaro, las sirenas de las ambulancias y la misma sensación de estar roto. Cuando te das cuenta, que no va a cambiar por mucho que corras, que tus fantasmas se reencarnan en otras personas, que las historias se repiten, que no puedes borrar las cosas, que los sentimientos siguen para delante sin olvidar el pasado… puedes preguntarte ¿estamos todos anclados a un tipo de vida, con todo lo que ello conlleva, para siempre?.

Es cierto que se pueden apreciar ciertos cambios, pequeñas cosas, unas más agradables que otras, pero después de todo, en el gran final, lo que recordarás posteriormente será lo anterior, junto con un montón de preguntas sin resolver.

Y con un poco más de tiempo, resulta que puedes acabar descubriendo, que el sabor del café, del cigarrillo que te estas fumando, sólo varía dependiendo de la persona que te acompaña…


“Llego fría, esperando encontrar calor.
No vengo a desnudarme, sino que llego desnuda. Sin nada.”